sábado, 19 de marzo de 2011

Phou Khoun

El hándicap de vivir en Luang Prabang es lo difícil que resulta conectar con otras ciudades, o ver “mundo” por lo lejos que estamos de todo. Perdón, he empezado mal. Lo que quiero decir es que salir de aquí en avión cuesta demasiado dinero, y si pretendes hacerlo en coche o en moto, además de no salir barato (a un dólar el litro de gasolina), se tardan siglos en llegar a casi cualquier lado. Eso sí, esos viajes son gratificantes.

No cuento con viajar en bus por motivos obvios, que uno se ha quitado mucho pijerío parisino de encima pero sigue siendo Conde. Será todo lo divertido y tal que se quiera, pero yo paso. Sin embargo, hacerlo a lomos de mi motaca china mola, vaya si mola. Aunque sea para ir cerca (porque, aunque llega lejos, el que no llega es uno mismo…)

El bus

Phou Khoun es un cruce de caminos en una de las cinco o seis carreteras con las que cuenta el país. Concretamente en la ruta 13, que va de la frontera china a la capital, Vientiane, pasando por Luang Prabang. Allí, uno decide si continua hacia el Este en dirección Plain of Jars, cosa que por lo visto es una atracción turística, o hacia abajo dirección Vang Vieng, templo del mochilero drogodependiente, a mitad del camino hacia la capital. Como en todo cruce de caminos importante que se precie, se celebra a diario un mercado en el que venden cosas, incluyendo animales.

Estaba comiendo un día con los demás expats, cuando me enseñaron la foto de un animal a la venta en aquel mercado. Era clavado al antílope ese “unicornio” de dos cuernos que se acababa de descubrir (aquí la noticia) en Laos, así que no tardé en decidirme, a fin de cuentas descansaba al día siguiente. Y así fue, al día siguiente a poco más de las 6 de la mañana, en pie, al restaurante a desayunar fuerte, mochila, cámara de fotos, ropa de abrigo pese a ser pleno mes de septiembre, y carretera. Perdón, gasolinera, a llenar el mini-depósito del bicharraco.

La salida de Luang Prabang no es nada del otro mundo, y los primeros kilómetros me resultan familiares por ser la carretera hacia las cascadas de Tat Sé. Tras una pequeña colina, baja hasta la altura del río Nam Khan, al que sigue por una llanura relativamente grande. Y, de repente, la primera montaña, con una magnífica carretera en perfecto estado tercermundista, empinada y plagada de curvas. A disfrutar de mis 125 centímetros cúbicos amarillos…

Al coronar es cuando la cosa cambia de verdad. Sales de la relativa civilización para adentrarte en el Laos rural. La carretera serpentea de arriba abajo, la temperatura cae considerablemente, aumenta la niebla… Y, de repente, un pueblo. No son las 8 de la mañana aún, la gente va desperezándose. Las señoras se apiñan junto a una casa y trabajan los cereales, a los hombres no se les ve, un grupo de niños va corriendo junto a la carretera y saludan. Hay uno que, pese al frío e ir todos los demás vestidos, va en pelota. Un par de perros, patos y gallinas, chozas a cada lado de la carretera, y fin del pueblo.

El paisaje podría ser asturiano, sí, incluso el olor a humedad recuerda al campo del Norte de España. Cambian las plantas, lógicamente, y lo que cambia es la hora. Y es que es muy temprano aún y, por tanto, hace fresco. Incluso frío. A la vuelta, a eso de las tres de la tarde, el calor es abrasador, y pasas de ir con camiseta, forro polar y chubasquero “duro” a querer ir en pelota y con una ducha incorporada a la moto.

Seguimos la carretera, otro pueblo, animales, niños y más niños, están por todas partes. Esto que se ve en la siguiente foto son puestos de mercado, en medio de la nada. La gente se pone ahí a vender las cosas que cultivan, imagino, en los alrededores. A la vuelta había bastantes vendedoras. Sí, vendedoras, como digo sólo se ven mujeres trabajando y niños jugando.

Otro pueblo más, campos de arroz, la carretera que se empina… y otra vez hacia arriba. Esta vez la sensación es de alta montaña, y recuerda (o me quiere recordar) a la subida a una estación de esquí. Es casi medio día ya, y es que los 150km de distancia se tardan en recorrer. Y por fin llegamos, el letrero nos lo deja bien claro, y frente a mí (y a varias furgonetas de turistas totalmente deslocalizados), el mercado. Y no hay animales exóticos, ni siquiera grandes lagartos, que era lo que yo me quería comprar…

En su lugar hay frutas, legumbres, verduras, y gente. Y una especie de ratonas enormes y peludas, que bien se pueden comprar vivas o cocinadas. O una auténtica “cabeza de ganado”. Y una gasolinera. Es más, a continuación les dejo las fotos correspondientes.




Viva

Cocinada



Gusanos

Gasolinera

Tras haber estado en alguna que otra vivienda local aquí en Luang Prabang, de gente que trabaja y tiene su sueldo relativamente internacional, no quiero ni imaginarme en qué condiciones se vive en Phou Khoun. Pensar en cómo viven las gentes de los pueblos que he atravesado ya se me escapa. Pero son felices.

Sí, son felices. Estos dos se lo pasaban bomba con su carro arriba y abajo. Lo de detrás es una vivienda.

A la vuelta, más de lo mismo pero entrado el día. Una parada en Wat Phakaeng para ver el pueblo, pueblo grande, de hecho.

Sí, eso es un pueblo grande. Justo arriba de aquella primera montaña que había subido dejando atrás el Nam Khan, y que ahora iba a bajar, para encontrarme con otro pueblo (lo que viene a ser Villarriba y Villabajo, vamos), en el que mientras la madre lava la ropa en el río marrón, Mowgli juega entre bananeros.


Mowgli

Ya de regreso a casa el cielo se cierra y se vuelve de color plomo. Ideal para sacar la típica foto llena de verde del campo de arroz, precisamente en el momento en el que mi rueda delantera derecha… ¿cómo que derecha? A ver, señor Conde, que está usted en una moto, aquí hay delantera y trasera, deje de pensar en su coche… mi rueda delantera decide expulsar súbitamente todo el aire que contenía en su interior.

Afortunadamente, un taller local cuenta con la herramienta de vulcanización de parches, cosa terrible y cuya intervención sanadora de pinchazos cuesta algo así como 5.000 kips, o 50 céntimos de euro.

Mientras reparan, unos críos no dejan de llamarme desde un tuk-tuk. Se les hace la foto de rigor, claro, antes de seguir camino hacia el hotel.


Diluvia. La lluvia es tan fuerte que atraviesa toda mi ropa, incluido ese chubasquero duro tan técnico y magnífico. Mi ropa interior está tan mojada como mi ropa exterior. Incluso mi casco cala. Por fin llego a casa, al menos no hace frío.

Ha sido una magnífica excursión, una buena forma de conocer un poco más este país, más allá del centro turístico de Luang Prabang, o de la capital, Vientiane.

Otro día, más, aunque ya sé que voy con retraso…

Un año

Pues eso, hoy hace un año. Concretamente a eso de las 3 y algo de la tarde, hora local, estaba aterrizando en un Luang Prabang cubierto por las nubes, el humo y el polvo, bajo un calor terrorífico.

Curiosamente, hoy ha vuelto a hacer calor después de cuatro días de tiempo asturiano 100%: lluvia, nubes bajas, más lluvia e incluso frío.

Un año...

Sí, vivo ahí.