sábado, 26 de junio de 2010

El teléfono chino

Me he comprado este artefacto chino de marca desconocida. Sí, pone Kenan-Flagler, pero eso es una escuela de negocios americana, como deja claro el propio teléfono por detrás donde dice Business School, UNC Chapel Hill. También tiene el símbolo de Bang and Olufsen, sin que ello quiera decir que sea de la casa danesa, ni mucho menos.

Sí, hay bordes tallados. Todo ello es de metal, pesa dos toneladas y se nota sólido. La carcasa trasera es el doble de gruesa que la de mi viejo Motorola L6. Y sí, también va tallada.

El aparato en cuestión tiene dos tarjetas sim, con lo que puedo tener mi teléfono laosiano y mi teléfono español en el mismo terminal. Tiene bluetooth, pantalla táctil, dos cámaras, hace video, hace fotos, y pone que tiene un flash de xenon que todavía no he encontrado. Se puede poner en inglés, en malayo, en indonesio, en vietnamita, en tailandés y en ruso. Yo lo tengo en ruso, claro está, es el idioma que mejor le viene. Descubro ahora con horror que no se puede poner en chino, que sería también muy apropiado. El aspecto no puede ser más lujoso-atrasado.

Los menús son oscuros, la pantalla está llena de gráficos minúsculos, y sólo le fallan los iconos del menú principal, demasiado modernos y con aspecto de juguete. El aspecto general es el de una página web de 1998, por ejemplo.

En la foto no se aprecian muy bien los colores ni las cosas, pero sí, hay un reloj como aquel que tenía Televisión Española en la emisión de las madrugadas de los años 80. Y ojo a la agenda telefónica y a su micro-teclado, a utilizar con un puntero cual PDA trasnochada.

Pero lo más de lo más es el altavoz, que suena a un volumen desproporcionado... que no he podido todavía bajar, por cierto. Y el ecualizador de barras rojas y naranjas, evidentemente, la cosa mejor del mundo.





Y de tono de llamada, una conocida canción francesa de los años 60, típica de Saint Tropez, en versión música de ascensor. Lo más de lo más, vamos.

sábado, 5 de junio de 2010

Mascotas...

Soy alérgico a los gatos, no puedo con ellos. No es que los deteste, pero entre los estornudos y esa certeza de superioridad que tienen, sin olvidar lo voluble de su carácter, me agobio. También soy alérgico a los perros, aunque más o menos los tolero, y los caballos me dan miedo, sin más, por tener esas patas tan larguísimas y ese rollo tan sofisticado, mezcla de animal tan salvaje y potente como pijo y delicado. Sí, me recuerdan a sus amos habituales, tan campestres que van a montar al picadero en su BMW impecable con el pelo lleno de gomina y la camisa de marca ad-hoc. Sin en cambio, como decía uno de mi clase, los burros me gustan, son mucho mas simpáticos. Pero salvo que se viva en una barriada sevillana, es harto complejo tener uno en un piso. Los pájaros me aburren, y otras mascotas las veo un poco fuera de lugar en Europa.

Las mascotas laosianas son otra cosa. Evidentemente hay quien tiene perros y gatos, pero éstos suelen vivir en estado de semi-libertad (como los niños pero sin comida fija). Yo he optado por un abanico mascotil mucho más elaborado, autóctono, eco-friendly si me lo permiten, y excitante. A día de hoy, cuento con los siguientes animales como habituales de mi vivienda: araña gigante, escorpión negro tamaño bogavante, serpiente de metro y algo de largo, geckos de diversos tipos y un simpático insecto llorón.

Es mucho más grande de lo que parece....

La primera visita sucedió en una noche calurosa, o lo que es lo mismo, una noche como todas las demás. Estaba yo tumbado en mi cama echando curiosamente un solitario-spider en el ordenador cuando noté una presencia, un ente que me observaba, una compañía, un algo. Dado que no había invitado a ninguna fémina a mi dormitorio, y ante la certeza de que, efectivamente y por desgracia, no había mujeres laosianas conmigo, me puse en alerta y escudriñé techos y paredes. Y allí estaba ella, grande y marrón, aunque no peluda. Dudé mucho de la simpatía del bicho, ya que pese a mis intentos el animal no entablaba conversación, y ante la idea de despertarme de noche con algo sobre la cara, opté por llamar a Recepción a que me mandasen a alguien. Y ese alguien vino, la vio, intentó cazarla, se le escapó, y se fue. “¡Hoyga!”

Se fue para volver más tarde dispuesto a dar caza al animal, ante mis gritos y saltos que eran acompañados por los coros y danzas de mi vecina austriaca. Cuando yo ya estaba dispuesto a terminar con la vida de mi visitante (del arácnido, no del humano) con un martillo, a la vez que pronunciaba extrañas frases en inglés al más puro estilo Jeremy Clarkson, el hombre extendió su mano y agarró al bicho, para desparecer por el pasillo sin decir nada, imagino que con intención de comérselo. Sí, se la llevo con la mano y viva. Dado que no he tenido confirmación del deceso arañil, por el momento mantengo en pie la posibilidad de recibir de nuevo la visita.

Escorpión, por si no se dieron cuenta

Yo me fui de Asturias con el estomago lleno de bogavante. Durante un año fue lo que comí casi cada fin de semana, y antes de expatriarme hubo excursión a Burela, en Galicia, a comer arroces caldosos a precios de risa (quizá hable de eso en el otro blog, si me acuerdo de algo). Quién me iba a decir que, en un país sin mar, iba a encontrarme con el primo terrestre del bogavante astur. Negro y enorme, así nos lo encontramos en las escaleras de entrada la vecina austriaca y yo, y como pueden ver en la siguiente foto, así nos respondió a, nuevamente, nuestros gritos y algarabías diversas.


El chófer esperó pacientemente mientras yo intentaba hacer fotos de la bestia, cosa que más o menos conseguí. No teniendo noticias del fallecimiento animal, doy por hecho que el ser sigue rondando el edificio, y seguramente no ande solo. ¿Lograré atemorizarlo poniendo a todo trapo el "I want to know what love is" de los Scorpions o se sentirá mas atraído? ¿Dejarán de hablarme los laosianos por hortera al poner semejante canción? ¿Procederé a dejarme el pelo largo cual jevi trasnochado a ver si el animal se hace amigo mío? O mucho más importante, ¿estos animales pican?

Gecko

Que por toda la zona hay millones de lagartijas asiáticas sonoras, que es lo que viene a ser un gecko, es algo conocido (al menos por mí -y por mi vecina austriaca-, no me culpen de su ignorancia). Lo curioso viene cuando se tiene uno viviendo bajo el tejado, y de cuyo volumen sonoro intuyo un tamaño cercano al de un trolebús. Se llaman geckos porque cuando hacen ruido, cantan gueee coooooo, gueee coooooo. El mío tiene una voz portentosa que es la envidia de los otros geckos, especialmente de uno afónico que lo intenta cada mañana, sin conseguirlo. Ggg cuuu, ggg cuuu, es todo lo que consigue el pobre lagarto.

Lo bueno de los geckos es que, supuestamente, se comen los mosquitos y demás. Cierto día pude observar a uno de estos seres intentando comerse una cigarra viva considerablemente más grande que su cabeza. Al final, y tras muchas sacudidas, el insecto logró escapar dejando al reptil sin cena. Desconozco, no obstante, como pretendía tragarse todo aquello.

Yo continúo acogiendo a estos simpáticos animalitos con capacidad antigravitatoria.

Ya cadáver

¿Que pasa cuando le cortas la cabeza a una serpiente laosiana que minutos antes te miraba con cariño? Que se venga acojonándote al seguir moviéndose durante, al menos, media hora después de muerta. Movimientos lentos e inquietantes, claro, que son los que asustan de verdad por la incertidumbre que despiertan. Sucedió que fue avistado el gran culebrón a la entrada del hotel. Mientras botones y conductores se agrupaban para observar la jugada desde detrás del tuktuk, y sin contar esta vez con la presencia de la tirolesa (con lo que no le puedo achacar la abundancia de fauna amenazante en mis dominios), procedí a dar caza al bicho utilizando el palo de una escoba. Cual cobra amaestrada, obedeció mis órdenes y se enroscó en el palo. La tensión aumentaba a medida que el animal trepaba por el palo en dirección a mi brazo. Cabe señalar que los laosianos son, por lo general, bajitos, con lo que las escobas no son precisamente largas.

Sacando la lengua y mirándome, la fuente de materia prima para bolsos y zapatos de lujo rellena de carne continuó su camino hacia mí, pero antes de que alcanzase mi mano, entró en escena raudo y veloz el Chef, armado con un hacha. Al más puro estilo peliculero, le vi venir corriendo, con sonrisa diabólica y brillante hacha, con la que le proporcionó a la serpiente un (casi) certero golpe en el cuello (¿cómo se sabe dónde empieza y dónde termina el cuello de una serpiente?). La sangre salpicó mi frente en un momento Rambo magnífico, pero no tuve reparos en introducir el cuerpo en una bolsa de plástico y guardarlo en la nevera hasta la mañana siguiente, en la que nuestra Wikipedia-Lao andante dictaminó que el bicho no era venenoso. A continuación, el mismo hombre del servicio técnico que se había llevado mi araña, apareció por allí y se llevó mi serpiente. Imagino también que para comérsela.

Dentro del minibar...

Del insecto llorón no tengo fotos, y como comprenderán, pedir el nombre científico a los lugareños es tan productivo como echar una cabezada después de comer para conseguir que Kim Jong Il, Superdiós de Korea del Norte, deje de peinarse como una señora postmoderna. El simpático insecto es un devorador de madera, del tamaño de mi dedo pulgar, con mandíbulas negras muy potentes y bastante fuerza para agarrarse a donde se quiera agarrar. De color marrón parduzco, tiene unas manchas rojas por la espalda. Es un ser extraño que se mueve lentamente, y que fue avistado mientras atravesaba nuestra pista de petanca (deporte nacional Lao). Hasta aquí un insecto más, ciertamente, pero la sorpresa viene al cogerlo, cuando el bicho emite unos lloros de bebé espeluznantes. Porque no llora a un volumen correspondiente a su tamaño, sino que directamente llora como un bebé. Un espectáculo digno de ver, como digno es que termine esta entrada, cosa que procederé a hacer a continuación.

Entre otros seres animales irracionales con los que he tenido contacto, además de algún que otro cliente, también cabe mencionar una especie de avispa doble de unos 3 centímetros de longitud, libélulas de todos los colores, ranas minúsculas que aparecen tras las tormentas, grandes sapos laosianos (digo yo, porque se mueven realmente despacio, como los locales), el cerdovaca, y lo mejor de todo hasta el momento: a la salida de una curva en plena carretera, dos elefantes. A ver si me encuentro con una salamandra china....


Y aquí lo dejo por hoy.

Pd. Sé que se han quedado con las ganas de saber qué es....

Cerdovaca, foto de Machy.