sábado, 27 de marzo de 2010

Primer día... de descanso

Todavía no ha empezado, y tampoco tengo muy claro que vaya a durar al menos 32 horas.

Estoy empezando a entender la expresión de "trabajar como chinos", pero no precisamente por los laosianos, pueblo conocido en la zona por su afición al descanso y a la contemplación. De hecho, se dice que mientras que los vietnamitas plantan el arroz y los birmanos lo miran crecer, los laosianos directamente lo escuchan.

No existe el concepto de horas extraordinarias, lo cual no me parece del todo malo, salvo que esto es la hotelería, negocio en el que los horarios no son más que guías aproximadas de cuándo irse a casa. Y si es así para los locales, para los expatriados es justamente al contrario. Ya me lo ha advertido mi jefe, que en Asia nosotros no tenemos ningún tipo de horarios, mucho menos en los puestos que solemos tener.

Como digo, ahora comienza mi primer día libre. Primero desde que llegué aquí, evidentemente. El otro día sólo trabajé diez horas, estando la media entre 13 y 15 al día. No está mal. Claro que tampoco tengo un largo trayecto hasta mi casa, que digamos, pues salgo por la puerta principal del hotel, cruzo el aparcamiento de la entrada (no penséis mal, no hay más que sitio para un coche y una de las innumerables palmeras que hay por aquí), subo unas escaleras que de noche están flanqueadas por lámparas de aceite, camino cinco metros y ya estoy.

Todos los extranjeros (porque occidentales sólo somos dos, y uno no vive aquí) vivimos dentro del recinto del hotel. Es la forma de tener asegurada la electricidad, el agua, el internet, la televisión... el dvd, el servicio de habitaciones, la limpieza diraria, los productos de aseo, el servicio de tarde, la lavandería... En definitiva, esas cosas que hacen que, en ocasiones, te sientas como un colono rodeado de personal de servicio.

Rodeado o no, porque sigo teniendo la sensación de saludar constantemente a la misma persona. Con algunos característicos con los que trato a diario no tengo problema, pero hay cierto personal que juraría es siempre el mismo, que se cambia de ropa y aparece y desaparece cual soldado del Viet-Kong. Otro día hablaré de los nombres de la gente.

Mañana tengo el día libre, me voy a patear todo el pueblo, empezando por las "calles" que rodean el hotel. Prometo fotos, de verdad. Mientras tanto, ¿a alguien le apetece cenar en el jardín, a una temperatura magnífica, escuchando música tradicional lao y rodeado de quinientas velas?

lunes, 22 de marzo de 2010

Lo del viaje, 1

Volar de Oviedo a Madrid con Iberia no tiene nada de especial, la verdad. Básicamente porque es una hora escasa de vuelo desde un aeropuerto pequeño a la Terminal 4 de Barajas, una pura rutina de todo, un verdadero aburrimiento. Pero el aburrimiento se puede combatir aprovechando el tiempo para observar a la gente, al tiempo que uno se mentaliza de que se va a vivir lejos de todo eso.

Todo comenzó verdaderamente temprano. El primer vuelo es a las siete y media de la mañana, lo que hace que se tenga que salir de Oviedo-City hacia las seis. Eso es demasiado temprano, noche cerrada, el horror del madrugón. Pero no había otra posibilidad, y ante la que me esperaba tampoco podía quejarme.

Ranón es un aeropuerto pequeñito pero apañao…

El vuelo bien, gracias. Algunos ejecutivos con aspecto de comerciales y poco más. Me llamó la atención el hecho de no ver a nadie volando en Business, ni siquiera unos hindús con pinta de ingenieros de Mittal. Y es que pagar mil euros más por una hora de vuelo en la clase Business nacional de Iberia es verdaderamente ridículo. La llegada a Barajas fue un mero trámite rutinario, salvo que esta vez tenía que localizar mi equipaje. Y es que preferí no mandarlo todo directamente desde Oviedo, por no arriesgar. Empezaba bien la cosa, anuncian la cinta 16 pero la maleta sale por la cinta 19, como para fiarse de un trasbordo a un vuelo internacional que tenía cinco horas de retraso y que sale desde otra terminal.

Desde la T4 hasta la T1, que es ese edificio viejuno desde el que operan algunas compañías extrañas, tardé unos 15 minutos en autobús, y eso que era un autobús con chófer amante de los pianos y de las puzolanas, al que sólo le faltaba el casco. Yo entiendo que Barajas es como es y que se ha hecho lo mejor que se ha podido, pero es que son realmente aeropuertos distintos, y quince minutos de bus parece una eternidad comparados con una hora de vuelo.

Como en los años 70.

Y allí estaba yo, en la T1 buscando el mostrador de Thai Airways como un loco para cambiar mi billete a clase Business. Y apareció el mostrador, y en él apareció un personaje curiosísimo que me fue poniendo en situación indochina. Esto es, en “in five minutes, in five minutes”. Y es que todo es “in five minutes” para esta gente, por lo que he visto hasta ahora. Tampoco estaba yo muy convencido de que aquel hombre hubiese entendido mis intenciones de cambiar el billete, ya que cada cosa que yo le decía era respondida con una sonrisa y sus “five minutes” de rigor. Y entonces apareció Usama, un persa o irakí afincado en España que trabaja para Thai dirigiendo el servicio en tierra, todavía más raro que el personaje.


Al final todo fue muy sencillo, y tarjeta de crédito mediante, tenía mi asiento asegurado en el piso superior del Boeing 747 dirección Bangkok, así que sólo tocaba esperar, para lo que fui a la sala VIP “Cibeles” (creo) del aeropuerto. ¡Qué desilusión! Cierto es que sólo conozco las salas de la T4, del Eurostar en París y del mismo tren en Londres, pero me esperaba algo “un poquito más”. Primero porque no había nada más que bollería para comer, galletitas saladas, aceitunas y para de contar. Bebidas sí, bastantes y muy variadas, pero ni unos míseros sándwiches. Y luego la cosa más terrible e incomprensible que puede haber a día de hoy en estas salas: internet de pago. Yo entiendo que la gente que va a ellas paga su suplemento de clase Business, se les entiende ricos, están acostumbrados a pagar, etc… pero el wi-fi es gratis no ya en el McDonald’s, sino en los autobuses Alsa que van de Asturias a Madrid. Cinco euros por media hora, señores. Y si uno no quiere pagar, ahí tiene dos ordenadores públicos que proporcionan una “experiencia internet” (que es como se llaman ahora estas cosas) cercana a 1998. Realmente mal, muy mal. Salvó que los sofás resultaron considerablemente más cómodos que los bancos metálicos de las zonas “populares” del aeropuerto.

Que no, que esta es la nueva.

Y con esto lo dejo por hoy. Más tarde ya comentaré el vuelo con la Thai, el aeropuerto de Bangkok, el avión de hélice para llegar a Laos, y el pase fronterizo más espectacular que yo haya hecho jamás. Creo que ahora me voy al mercado….

sábado, 20 de marzo de 2010

Primer día

Son poco más de las cinco cuando empiezo a escribir esta entrada del blog. Lo cierto es que tengo la sensación de que sólo durante estos primeros días voy a tener tiempo de ponerme a escribir a estas horas, aunque eso es una sensación meramente profesional. A la vista de la actividad del hotel, y hasta que empecemos con procedimientos, retoques y demás, las tardes se presentan bastante tranquilas.

Y es que para comer sólo han venido dos mesas, y para cenar no se espera mucha más gente. Parece ser que es una cuestión cíclica, quizá debido a las ventas de los grandes tour-operadores. Unas semanas es un no parar, otras el tiempo pasa despacio, y a la siguiente semana todo está completo y con listas de espera.

La primera impresión que tengo del hotel es que es un sitio espectacular, impresionante, brutal. Hablo del conjunto en sí, de la sensación global que uno tiene como turista. Lógicamente he visto mejores habitaciones de hotel si hablamos de aspectos materiales, de equipamientos tecnológicos, etc… pero aquí, en Luangprabang, rodeado de selva, de motos, de gente extraña, de casas con tejados vegetales y de mil millones de motos, el conjunto es perfecto, y todo sin dejar de ser verdaderamente confortable y funcionando todos los aparatos a la perfección, cosa de la que no pueden presumir grandes hoteles de renombre en grandes capitales europeas, con sus camas incómodas o la ausencia de una conexión wi-fi gratuita.

Estoy rodeado de gente. Hay personal local para cada actividad, y tal y como imagino que será en todo el país, todos los recursos se aprovechan. Sirva como ejemplo la chica que me he encontrado haciendo equilibrios por el jardín para recoger unas flores cuyos pétalos se ponen en las servilletas de las mesas del restaurante. Perfecto.

De la ciudad aún no puedo escribir mucho. Anoche estuve en el mercado dando una vuelta, pasé bastante calor, recibí ofertas de tuk-tuk y de lady cada vez que me acercaba a la calle principal, y no me atreví a comer nada de lo que se ofrecía en los puestos. Pero lo haré, sin duda. Lo que sí he hecho hoy es pedir el menú tradicional laosiano en el restaurante del hotel, de las dos opciones de las que disponemos. Y menuda maravilla. Sólo comí una mousse de pescado del Mekong envuelta en hoja de bananero, con su ensalada y su chupito de una especie de crema que ya picaba con acercarla a la boca. Delicioso. Me gusta eso del pescado del Mekong, estoy convencido de que se trata de pescado no definido, según salga. Tampoco se necesita más, no es un ambiente como para andar pidiendo mil variedades de cada cosa, todo lo que te rodea te pide "lo que hay," sin ir más allá.

Y es que Luangprabang es una ciudad laosiana, y Laos es un país pobre. Sin más, aunque yo esté en una isla occidentalizada con jardines con praderas verdes, la realidad es lo de fuera, y te empapa. Te empapa como te empapa el calor, la neblina, la humedad.

En definitiva, me veo bien. Veremos cuando la cosa se ponga más seria y el trabajo alcance niveles “occidentales” (si es que lo hace).

Por cierto, las motos chinas cuestan 620 dólares. De noche se ven hasta decentes (de día son poco más que una bicicross-bh con motor de cortacésped), incluso hacen un ruido a moto grande, y son relativamente fiables. Habrá que ver lo que cuesta una Toyota Hilux.

jueves, 18 de marzo de 2010

A media hora de salir...

Aqui estoy, en la sala VIP de la terminal 1 de Barajas, donde media hora de wifi cuesta inexplicablemente 5 euros, usando un ordenador viejuno sin programas ni nada que se parezca al año 2005, siquiera, aunque gratis.

La verdad, es mucho mas comodo que estar en los pasillos de abajo, con esos bancos insufribles de metal y aguantando a gente de un lado para otro, pero tampoco es la octava maravilla. Al menos tienen ginger-ale a discreccion, para hacer un poco mas llevadera la espera.

Asiento 16A, piso superior del 747 que me llevara a Bangkok en un tiempo que no he sido capaz de calcular, pero que me da la sensacion de que se me va a hacer eterno. Ahora aqui hace sol y sobra toda la ropa, pero una vez alli sobrara aun mas. Me esperan los meses mas calurosos del año justo para darme la bienvenida a Laos.

¿He dicho Laos? De momento habra que llegar a Tailandia.

Por motivos logisticos, esta entrada va a carecer de foto.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Pues empezamos bien...

Llamada hoy de Thai Airways anunciándome un retraso en mi vuelo de mañana de Madrid a Bangkok. ¿Una hora, una hora y media? No, claro, esos retrasos no se avisan, simplemente los conoces en el aeropuerto, te cabreas e intentas pasar el tiempo viendo otra vez esas tiendas que venden cosas carísimas pese a ser supuestamente duty-free (que lo del duty-free será porque no hay duty-manager, o a saber).

El retraso de mi vuelo es de cinco horas, que no está mal. Eso me hará perder la conexión con la avioneta que me ha de llevar de Bangkok a Luang Prabang, pero todo eso ya será el viernes, estando allí, y veremos cómo lo resuelve el personal de Thai.

Yo sigo tratando de cerrar la maleta, a mi ritmo. Creo que mañana voy a tener mucho tiempo en Barajas para negociar con Thai lo que se pueda. Si a alguien le apetece pasarse por allí a tomar algo, andaré por la T1.

Seguiremos informando.



lunes, 15 de marzo de 2010

A veces pasa que...

... te hacen una oferta tan espectacular que no puedes decir que no.

En este blog iré contando las cosas de estos, en principio, dos años que me esperan en Luang Prabang. ¡Ya no queda nada!